Por Jesús Peña
Yo no supe si creer o no lo que me contó Raquelito, pero ella juró y perjuró que era la pura verdad.
Ocurrió, dijo, una tarde, como a las 3:00, que ella regresaba de la secundaria acompañada de dos familiares, a bordo del viejo vagón de su padre, cuando al pasar por el Cerro de Marte, miraron de cerquita tres figuras que iban flotando en el aire.
Eran tres hombrecillos como de unos 20 centímetros de altura, de colores verde y café, orejas puntiagudas y rostros peludos.
Traían gorrito, evocó.
Atónitos, Raquel y sus acompañantes los siguieron con la mirada a través de un corto trecho, hasta que los tres extraños desaparecieron rumbo a la colina alfombrada de gobernadoras.
Ésta sería la primera y última vez que Raquel Abigail Tello Ortiz, presenciaría algo similar, me platicó una tarde, como a las 3:00, que la visité en su casa de tierra en el ejido Piedra Blanca, municipio de Parras.
Raquel recordó que entonces tendría 13 años.
Hoy tiene marido y dos nenas pequeñas.
Las historias de Estación Marte
Semanas atrás había yo escuchado por boca de la gente de Estación Marte, esta famosa localidad de General Cepeda por su famoso cerro en forma de trapecio, como loma capada, que personas oriundas de allá, o venidas de otra parte, habían observado también aquel extraordinario fenómeno:
Tres enanitos, semejantes, imaginé, a los duendes que uno conoce por los cuentos o por las caricaturas de la televisión, levitando a pleno día, camino del cerro.
Y yo no supe si creerle a la gente de Marte o no, pero… sentí escalofrío.
La víspera de mi viaje a Marte, había oído en los noticiarios sobre la acusación lanzada por tres ex oficiales de las fuerzas armadas estadounidenses contra el gobierno de aquel país, en torno al hecho de que las autoridades mantuvieron en secreto, durante décadas, información sobre restos de naves e incluso restos biológicos no humanos.
Cosa que, advirtieron los ex militares, constituye un asunto de seguridad nacional.
Y entonces me acordé de Marte y se me puso ir, ver y contar lo que dice la gente que sucede allá, donde las historias de avistamientos de objetos y seres que, se piensa, vienen de otros planetas son, desde hace añales, un secreto a voces.
Mi primer día en este ejido, localizado a 100 kilómetros de Saltillo por la antigua pista a Torreón, fue encontrarme con María Isabel Trejo y su hija.
Estaban como esperando algo en la parada de camión plantada justo en el entronque, la brecha polvosa de cinco kilómetros, que conduce a Estación Marte donde hoy habitan 35 familias.
Hacía una tarde de un calor y un viento desérticos como bocanada de fuego.
Estamos esperando un omni, me espetó la mujer y yo creí que por fin me encontraba ante una gran revelación, por parte de dos mujeres ufólogas…Será un ovni, ¿no?, replique emocionado.No, el ómnibus que va para Parras, soltó la señora y se carcajeó con una carcajada maliciosa.
Al final del sendero se alzaba señorial el cerro cuadrado, de mil 350 metros sobre el nivel del mar, que tantas y tantas veces había yo visto en mis andanzas por esta carretera: el Cerro de Marte.
Su nombre, supe después, nada tiene que ver con el planeta rojo, sino con el gusto de algún conocedor de la mitología griega encargado de poner los nombres a las estaciones de tren, y por eso Estación Marte se llama Marte y Estación Talía, Talía…
“Luces blancas que empiezan a parpadear, es lo que hemos visto nosotros, como a las 11:00, 12:00 de la noche. A veces más temprano, incluso, a las 7:00”, dijo, ahora sí en tono serio, María Isabel.
¿Y qué cree usted que puedan ser?No sé, no tengo idea, soltó.
Pero que le preguntara yo a don Silvestre, el señor que vende yukis en la parada del camión.
Las luces que todos ven
Más allá, a la orilla de la autovía, me hallé a don Silvestre Briones, sentado frente a su nave: un motocarro Islo, con toldo, del año 71, convertido en puesto ambulante de raspados.
“Lo único que he visto son luces en la madrugada que andan ái, arriba del cerro ese. Se van para acá, se van para allá y ahí se andan. Dicen que son extraterrestres”.
¿Quién dice?Pos ái la gente cree que sea eso…
Lo que yo no entendí era quién, cómo, en plena carretera, en el ombligo del desierto, se iba a detener sólo para comprar un yukis – diablito de don Silvestre.
¿Acaso los extraterrestres?, lo interrogué.De repente llegan los extraterrestres chingaos…
Y pensé que la respuesta de don Silvestre no era del todo descabellada, después que en junio pasado la NASA admitió, por primera vez en su historia, la existencia de ovnis, ahora llamados Fenómenos Aéreos No identificados (FANI).
Pero Silvestre me aconsejó que mejor llegara yo a Estación Marte con doña María Briones, su prima, la de la tienda, que tenía historias para contar.
Marte, el típico ejido que esconde leyendas
Atardecía cuando enfilé por la brecha recta y polvosa, de fondo el Cerro de Marte, los postreros rayos de sol lamiendo sus crestas de roca volcánica.
Entrando a Marte topé con un silente caserío rajado por unos rieles de ferrocarril: la Estación Marte, y un piquete de hombres que se afanaban en cambiar los durmientes de madera de la vía por otros de concreto, al timón de una máquina que iba y venía sobre el riel.
Un diccionario geográfico diría de Marte que es el típico ejido del desierto donde no hay agua porque ya no llueve, donde no hay cosechas ni trabajo para la gente y por eso la gente se va.
El ejido por donde, me contó Manuel Marines, cronista de General Cepeda, pasó el Padre Hidalgo en su viacrucis al cadalso en Chihuahua; y el gran Benito Juárez, llevando consigo los archivos de la nación.
“Del cerro surgen muchas leyendas, se dicen muchas cosas de avistamientos de ovnis, que tiene ciertas propiedades férricas o ferrosas de atracción. Lo cierto es que existe desde hace miles de años, ahí habitaron muchas tribus de indios”, me dijo Marines, un mediodía que charlamos en una banca de plaza principal de General Cepeda.
A la hora de la siesta en Marte pillé a doña María descansando en una mecedora, bajo el portal de su casa con portal.
El viento golpeando con todo en el pueblo asentado sobre una llanura, los límites de lo que fue la Laguna de Mayrán.
“Pos unos dicen que andan (ovnis), viene gente al cerro, a quedarse ái, dice que sí mira, que ve cosas”, me platicó María.
Y me platicó que la fama de Marte por sus avistamientos ha llegado tan lejos, que hasta gringos y gente del norte de México han venido para explorar y acampar en la plancha de su enigmática montaña.
Nomás se les pone y vienen a andar ái.¿De dónde vienen?De San Antonio, Texas, de Carolina, mucha gente de Monterrey.
Pero que buscara yo a don Óscar Flores, me recomendó María, que él me daría buena razón de los extraterrestres.
De rato, a la sombra del cobertizo de tablas de su casa de lodo, don Óscar, 69 años, relató que antes de que se iniciaran aquí las minas, porque en Marte hubo minas de fluorita, estroncio y barita, ya se miraban luces.
Se lo confío su papá.
Eran unas luces grandes, redondas, que aluzaban como faros de camión, de tren, pero rojas, y se acercaban.
Según dicen que eran ovnis.¿Usted las miró?Sí.
Pasó, dijo, una medianoche que él y otro compañero regresaban de trabajar en un rancho cercano, montados en un tractor.
En eso, como a medio kilómetro, divisaron unas luces que los seguían.
“Lo raro que se me hizo a mí fue que las luces esas estaban sobre el monte, no sobre el camino. Dicen que eran ovnis, dicen”.
A su hermano, que ya falleció, también le tocó verlas.
Fue otra noche que volvía en su caballo de cuidar una recua de vacas que tenía en la sierra, cuando de repente una gran luz roja lo enfocó.
“Muy potente que hasta el caballo quedó medio turuleco. Pensó mi hermano, ‘a lo mejor son esos ovnis’. No pos sabrá Dios qué sería”.
Óscar me contó que un día, de no hace mucho, vino a Marte del Pilar de Richardson, el ejido vecino, una muchacha preguntando si la noche anterior había mirado él algo así como un globo dirigible posado sobre la meseta del cerro.
“Porque nosotros lo estuvimos viendo desde el Pilar”, le dijo la chica.
Óscar le respondió que no.
La muchacha esperaba que alguien de Marte hubiera grabado con su celular un video o tomado una foto de aquel Fenómeno Aéreo No Identificado, pero nadie.
Después me enteré por los lugareños de Marte que los habitantes del Pilar suelen ver desde allá, durante las noches, señales celestiales que ocurren sobre el cerro.
Unas como farolas gigantes, de luz amarilla que prenden y apagan.
Con el tiempo supe además que en Marte seguido se congregan grupos de detectoristas para subir a la montaña y buscar tesoros.
“Según decían antes que el cerro estaba encantado”, me reveló Óscar.
Y que en Marte, algunos antiguos narraban historias de aparecidos, espectros de mujeres vestidas de negro o de blanco que caminan por las vías del tren o rumbo al cerro; y fantasmas de soldados federales muertos en alguno de los combates que tuvieron lugar aquí durante la época de la Revolución.
“En mayo de 1914 se desarrolló una batalla de fuerzas federales contra el ejército de Villa, después de tomar Torreón y San Pedro rumbo a Paredón”, documenta en un artículo sobre Marte, publicado en el Periódico de Saltillo, el experto en arte rupestre Rufino Rodríguez.
Pero que hablara yo, me propuso Óscar, con don Ismael Ayala, “Mayo”, el cantinero del pueblo para que me ilustrara más sobre ovnis.
¡Enanos verdes!
Fui entonces donde “Mayo”, al que sorprendí matando el tedio con un Selecciones pasado, quitándose el sol a la copa de un greñudo pirul.
El viento de Marte era un bramido de fieras embravecidas.
“A mí no me gusta echar mentiras, nomás lo que oigo”, aclaró don “Mayo” apenas lo abordé.
Ya luego me contó lo que oyó decir al repartidor de cerveza que abastece de cerveza a “El Capricho”, su cantina.
Sucedió, le aseguró el proveedor, una tarde que iba en su camioneta rumbo a la salida de Marte, cuando de pronto miró una nube y sobre la nube a unos monitos verdes, como enanos, que iban viajando en la nube.
A los pocos segundos la nube se elevó hasta el cerro y se perdió.
Don “Mayo” no le creyó.
Hasta que días después alguien le contó lo de Raquelito, la hija de un señor Daniel Tello, que junto con dos parientes, había visto aquellos mismos duendes, pero no sobre una nube, sino flotando a ras de suelo, en el aire, por las faldas del cerro.
“Ya cuando vi a la muchacha le dije ‘oye’, dijo ‘ya sé qué me va a decir, me va a preguntar por los monillos verdes’, le dije ‘sí’”.
Era la primera vez que escuchaba yo de los hombrecillos esos.
Y no supe si creerle a la gente de Marte o no, pero… sentí escalofrío.
Ismael quedó convencido.
No por nada en 2022 el Pentágono abrió la Oficina de Resolución de Anomalías de Todo el Dominio, (AARO por sus siglas en inglés), que serviría de eje central para recoger, investigar y gestionar los informes de avistamientos de ovnis en Estados Unidos y el mundo.
“Podemos echar mentiras dos de aquí mismo, ponerse de acuerdo, pero ni el repartidor ni Raquelito se conocían de nada”, aseveró Ismael.
Pero me sugirió que mirara yo a don Daniel Tello, para que diera, de primera mano, los pormenores del encuentro extraterrestre que tuvo su hija Raquel.
¡Un tren volando en el espacio!
Anocheciendo descubrí a Daniel, tomando el fresco en el patio centenario de su casa centenaria.
“Venía mi hija y otros dos con ella y vieron a esos tres monitos que iban en el viento, caminando pal’ado del cerro”.
La noticia se extendió por todo el pueblo y sus alrededores a la velocidad de la luz.
Pero… que fuera yo donde su hija Raquel, que vive en el ejido Piedra Blanca, a 15 kilómetros de Marte, para que me contara, me pidió Daniel.
Días después yo iría a buscarla
Que si a él le había tocado presenciar algún fenómeno raro, le pregunté y asintió con la cabeza.
Era ya no tan niño cuando una tarde frente al cerro miró un aparato grande, redondo, como del tamaño de una casa, que brillaba.
En eso, narró Daniel, aquel aparato empezó a girar como un trompo y se desvaneció.
“Nomás que uno ignora las cosas”, dijo Daniel.
Algunas noches que el calor le obliga a dormir fuera de su choza, Daniel ha contemplado en el cielo una hilera de luces, entre rojas y azules, que parecen un tren volando en el espacio.
“Pasan como unas nueve luces, hiladitas, hiladitas, hiladitas. De que se ven cosas se ven cosas que el hombre no conoce y no sabe”.
En una de las visitas que por aquellos días realice al Pilar de Richardson, uno de los militares destacados a la entrada del pueblo me compartió el video nocturno de una como tira de luces rojas y azules surcando el cielo.
“Seguido en las noches se ven por acá”, dijo el soldado.
Tanto que la gente de Marte ya ha bautizado a ese portento como “el trenecito”.
A mitad de mi travesía por Marte visité en su casa a don Lucino Loera Herrara, 85 años, tal vez uno de los habitantes más antiguos que aún quedan aquí, para que me dijera qué de cierto había en lo que me contó la gente sobre los FANI.
“He sido velador como 22 años y nunca he visto nada”, objetó.
Don Lucino había trabajado cuidando el patio a donde llegaban los camiones de Torreón y de Río Grande cargados con piedra metalera. Olvidé preguntarle a don Lucino para qué.
“Los choferes se quedaban en los camiones y decían que dormidos les quitaban la cobija y les jalaban los pies. Y otros que una marrana los echaba en carrera. Ya después se iban a dormir al centro del pueblo porque les daba miedo. Yo ahí duré mucho tiempo y nunca… con ganas de ver y nunca, fíjese”.
Lucino fue uno de los hombres que acompañaba a los buscadores de tesoros que acostumbran venir a Marte en Semana Santa, guiados por la creencia de que es en este tiempo cuando las relaciones (tesoros) están abiertas.
“Salían a buscar los tesoros porque decían que había carretones enterrados con bolsas de dinero. Puras mentiras, creo yo. Ponían el aparato, les chillaba y vámonos, le escarbaba yo y no hallaban nada, un clavito”.
¡Bolas de fuego!
Ya entrada la noche, una noche de cielos acribillados de estrellas, conversé con los guardias de Ferrocarriles Mexicanos que custodian el tren en Estación Marte.
Los vigilantes, cuyo trabajo es dar rondines por la vía durante toda la noche, me mostraron el video filmado por uno de ellos en el que se aprecian tres luces redondas, plateadas y lechosas, que deambulan por el cosmos, justo en la cima del cerro.
Y aseguraron haber sido testigos también de otro fenómeno que ocurre en las madrugadas de Marte: la aparición de cuatro o cinco bolas de fuego que van rodando camino del panteón.
“Necesita uno estar aquí, vivirlo y verlo… Si vas y lo platicas te tachan de loco”, dijo Jesús Armando Flores, uno de los custodios.
En los días que estuve investigando sobre Estación Marte escuché además, por boca de sus pobladores, historias sobre abducciones: gente que había desaparecido del rancho y aparecido en otro lugar cercano.
Busqué entonces el testimonio de algún sobreviviente, jamás lo encontré.
Algunos lugareños afirmaron, bajo juramento, que casi a diario, a las 12:00 del día, se oye en el pueblo el ruido de unas campanadas que proviene de lo alto del cerro.
Nadie se explica por qué.
Y escuché la leyenda rural que en todos lados se ha publicado sobre Marte, y que dice que en los años 90 la Nasa quiso comprar el ejido, con todo y el cerro, para establecer allí un centro de investigación de ovnis, pero que las familias, vaya a saber por qué, se negaron a vender.
“Puro pedo de eso”, me dijo Rufino Rodríguez, experto en arte rupestre, que ha documentado la riqueza arqueológica de Marte y otros poblados aledaños.
Llegar a la mesa
Otra tarde de calor sofocante me vi reptando por el Cerro de Marte en compañía de Juan Reyna, ejidatario del Pilar de Richardson, que se ofreció a hacer de guía.
Casi una hora me llevó escalar hasta la mesa de la montaña, cuya pendiente de roca volcánica es casi de 90 grados en algunos tramos.
En el trayecto vi aparecer una estrella clavada con una vara sobre el faldón de la montaña.
Más tarde sabría que el astro fue entronizado por los fidencistas que hasta unos años subían acá para realizar sus rituales.
Arriba, la plancha de la colina, era un paisaje de plantas desérticas y más rocas volcánicas sobre las cuales los excursionistas han plasmado su nombre o dejado algún recuerdo de su visita.
Vi también señales de fogatas, camas hechas con ramas de candelilla y los rastros de los hoyos que, supuso Juan, dejan los buscadores de tesoros en su afán por encontrar tesoros en el cerro.
Sobre una de las crestas encontré una cruz celeste que miraba desde lo alto al pueblo de Marte, semejante desde acá a una maqueta minimalista de un pueblo.
Y más allá, en otra parte de la cresta, la alegoría de una serpiente pintada sobre una roca.
Mas no encontré por ningún lado indicio alguno sobre la presencia de naves espaciales, platillos voladores, restos biológicos no humanos o cosas por estilo.
Pero sí un clima de calma que invitaba a quedarse allí para siempre contemplando las maravillas del universo.
El escepticismo
Después de mi viaje a Marte intenté platicar con algún experto del Observatorio Astronómico, adscrito a la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas de la Universidad Autónoma de Coahuila, (UAdeC), para que me diera una explicación sobre los misterios que rodean a este lugar.
Sin embargo, Juan Segura, astrónomo y encargado de este centro de investigación, informó que hasta el momento no se ha hecho algún estudio sobre el tema.
Más tarde busqué a Ramatiz Arellano Trueba, presidente de la Sociedad Astronómica de Saltillo, quien declaró no haber realizado investigaciones en torno a los fenómenos que, según la gente, ocurren en Marte, pero que además el punto de vista de los miembros de esta asociación es totalmente escéptico y basado en ciencia.
Preguntado en torno a los avistamientos de luces que aseguran presenciar los habitantes de este ejido, Arellano Trueba explicó que hay un número determinado de fenómenos que se pueden relacionar con los avistamientos, y en el caso de las luces podría tratarse de fenómenos meteorológicos como el rayo centella.
“Es una concentración de luz que puede ser en forma globular, o sea una bola, y que avanza lentamente y se mueve dependiendo de las condiciones”.
Y descartó, de acuerdo con la teoría de la relatividad de Einstein, que dice que nada puede viajar más rápido que la luz, 300 mil kilómetros sobre segundo, la visita de seres de otros planetas a la tierra.
“Las distancias en el universo son impresionantes y eso nos limita al viaje en el espacio. Mientras más rápido viajes más energía necesitas. Nosotros para viajar a la velocidad de la luz tendríamos que tener energía infinita, y como sabemos que la masa es igual a la energía, necesitaríamos una masa infinita, es decir un tanque de combustible infinito, cosa que es imposible. Por tanto, todo lo que te digan de que nos visitan es una mentira”.
Detalló que las leyes de la física funcionan exactamente igual en la tierra que en cualquier otro lugar del universo.
“Lo que quiere decir que la teoría de la relatividad de Einstein es válida para Próxima Centauri que está a 4.2 años luz, para Arturo que está a más 100 años luz y para el sol que está a ocho minutos luz. Es decir las mismas leyes que a nosotros nos limitan ir a otro lugar, a ellos también les limitan venir, imposible que alguien venga”.
Sin embargo, no negó la posibilidad de que haya vida en otros lugares del universo.
“Porque tenemos una muestra clara de que hay vida en algún lugar del universo que es aquí. Puede haber en muchos otros lugares”.
Consultado en torno a la observación de figuras como los duendes verdes que juran haber visto habitantes de estación Marte, el presidente de la Sociedad Astronómica de Saltillo, aclaró que podría ser resultado de la imaginación.
“Son cosas diseñadas o hechas por la mente humana. Es su imaginación. Puede ser cualquier cosa, pero nuestra imaginación va para allá. Como ahora creemos que nos pueden visitar de otro planeta vemos naves espaciales y seres que no existen”.
Añadió que la organización a la que pertenece se ocupa en estudiar estos fenómenos desde el punto de vista de la sociología.
“Son fenómenos sociológicos creados por las creencias que tenemos. Debemos de partir de que todo tiene una explicación”.
Cuando se le cuestionó sobre los avistamientos de tecnología no humana en la tierra, Ramatiz Arellano concluyó:
“Hay fenómenos que nosotros no podemos explicar”.
Y reconoció que faltan observaciones sobre tales avistamientos.
“Es decir, falta más gente que lo haya observado, que hable con gente capacitada que recoja esas observaciones, las documente y pueda formular una hipótesis de qué es… Y ver si eso tiene o no una explicación con la ciencia, pero te puedo garantizar que la mayoría la tiene”.
Tomado de: Semanario Coahuila es parte del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Norte, un proyecto del International Center for Journalists en alianza con el Border Center for Journalists and Bloggers.