Por Jesús Peña y Francisco Rodríguez
En septiembre de 2021 se suscitó una oleada de migrantes haitianos que irrumpieron en la tranquila frontera de Acuña con Del Río, Texas. Dos años después han sido migrantes venezolanos los que se volcaron en la guardarraya entre Piedras Negras e Eagle Pass.
En una semana, más de 10 mil migrantes cruzaron el río Bravo por esta zona, elegida meses antes por el gobernador de Texas, Greg Abbott, para colocar un muro acuático de 308 metros.
Pero ni ese muro de boyas flotantes, ni los alambres de púas han frenado el cruce ilegal al sueño americano.
“Ya no vamos para Piedras Negras porque está colapsado”, dijo la migrante venezolana Edyarlin Leal cuando esperaba por un tren en los patios de Ferromex en Torreón.
¿Por qué Coahuila otra vez se convirtió, por unos días, en el epicentro de esta crisis migratoria?
El gobernador Miguel Riquelme cree que los migrantes prefieren pasar por aquí por ser, quizá, la entidad más segura del norte del país.
De hecho, según datos estadísticos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP por sus siglas en inglés), el sector de Del Río, que coordina una decena de estaciones migratorias del sur de Texas y que comprende la frontera coahuilense, es la segunda área con más detenciones de migrantes en lo que va del año fiscal (el año fiscal en Estados Unidos va del 1 de octubre al 30 de septiembre del siguiente año).
Y 24 de cada 100 venezolanos han escogido este sector para entregarse. En parte desde que Washington otorgó un estatus de protección temporal a las personas de este país que estaban en suelo estadounidense.
En lo que va del año fiscal en Estados Unidos ha habido un millón 827 mil 133 detenciones migrantes o “encuentros” (encounters), como se refiere el gobierno estadounidense a las detenciones, de acuerdo con datos de la CBP.
A falta de un mes en el conteo, la estadística ya es más alta que la registrada en 2021 y en 2019, el año previo a la pandemia. Sin embargo, habrá que esperar si alcanza las más de 2 millones 200 mil detenciones de 2022.
Además, contrario a lo dicho por el presidente sobre que el flujo migratorio de mexicanos ha bajado, las estadísticas reflejan un aumento del 223.8 por ciento en 2023 si se compara con la cantidad de detenciones en 2019.
Y después de la pandemia, la cifra de detenciones de mexicanos pasó de más de 608 mil en 2021, a 738 mil en 2022.
El éxodo venezolano
En Venezuela ya es imposible vivir, dice Yennifer Guerrero, 26 años, un mediodía en la casa del Migrante de Saltillo.
La situación de la familia ya era tan insostenible que no pensó en los largos días y noches de peligros que vendrían en su fuga rumbo al llamado “sueño americano”.
Yennifer había salido de Venezuela la noche del 17 de agosto acompañada por su esposo David Ramos, 33 años, y de sus dos hijos, Valentina de nueve años y Thiago de dos años, en pos de un mejor mañana.
Se había cansado de trabajar en un restaurante como camarera por un sueldo de mil bolívares a la semana, algo así como 30 dólares. Ni la mitad para hacer la compra.
“Mucha hambre se pasa allá. Todo te lo venden en dólares, no te lo venden en bolívares. Es un país donde cobras en bolívares, pero tienes que pagar en dólares. Por eso es que todo mundo sale de allá. Con tu sueldo te alcanza para comprar nada”.
Y con lo que su esposo sacaba de trabajar por su cuenta como tapicero la familia no logró acceder a una vida cómoda, digna, y de a poco la felicidad del hogar se fue a pique.
“Igual es tu trabajo, pero no te alcanza la plata para nada. No mucha gente está mandando hacer cosas de tapicería porque ¿con qué pagas?”.
Y por eso el éxodo masivo de migrantes venezolanos que buscan pedir asilo en Estados Unidos se ha disparado: en el año fiscal 2021 se registraron más de 47 mil detenciones de venezolanos, pero para el 2022 la cifra aumentó a 187 mil, y a un mes del cierre del año fiscal ya sumaban más de 145 mil detenciones de venezolanos.
Crisis humanitaria y crisis de refugiados
La desigualdad social y la acumulación de riquezas son los factores que han detonado la actual crisis migratoria, catalogada ya como una crisis humanitaria.
Así lo advierte José Raúl Vera López, obispo emérito de Saltillo y asesor espiritual de la Casa del Migrante, en esta ciudad.
Otros especialistas refieren que se trata de una crisis de refugiados, por tratarse de migrantes que buscan asilo.
“La desigualdad es cada día más aguda en el mundo. El fenómeno migratorio el día de hoy es el flagelo que tiene la humanidad, es de lo más injusto”, comenta Vera López.
Señala que actualmente el ser humano está viviendo en un mundo donde la concentración de la riqueza, en manos de unos cuantos, es exagerada.
“El egoísmo de los ricos en la tierra. Eso propicia que la gente se tenga que ir de su patria, lo vemos…”.
Vera López añade que otro de los problemas que ha provocado este éxodo masivo de personas y el colapso de la frontera sur y norte del país, como ya se ha venido diciendo, es la ebullición climática.
“Que hemos provocado y esta es otra de las cosas por las que la gente, por seguridad, tiene que migrar. Todos los desastres que hay en el mundo a partir del daño que le hemos hecho a la naturaleza. El deshielo de los polos está haciendo crecer el nivel del mar, las ciudades puestas a la orilla del mar también están destinadas a una invasión tremenda. Es una discusión que se dio en estos días en la ONU, pero nadie da el paso delante de decir, ‘vamos a acabar con esto’, todos lo saben y no lo arreglan”.
Destaca el mensaje que emitió el Papa Francisco en el contexto del Día Internacional del Migrante, celebrado el pasado 24 septiembre, y en el que el pontífice habló sobre el derecho de las personas a no migrar.
“Todas las personas tienen derecho a migrar, pero también tienen derecho a no migrar. El día de hoy la gente está obligada a migrar por hambre, por la violencia que se ha generado en los distintos países y por la pobreza. Es migración forzada, y para garantizar el derecho a no migrar tiene que haber ocupación, salarios justos, seguridad, acceso a una vida digna”.
En medio de este ambiente de tensión mundial monseñor Vera reitera este derecho que tienen los ciudadanos de todos los países del planeta, tanto de América como en Europa, de no abandonar su patria.
“La mayoría de la gente que emigra a otros países es porque se ve obligada a migrar”.
Expone que para garantizar este derecho es necesaria una distribución equitativa de las oportunidades de desarrollo en los países con altas tasas de expulsión de migrantes, es decir, educación y empleos de calidad.
“La gente huye del hambre”.
Sostiene que la inseguridad que se vive en los países de América central, y ahora Sudamérica, es precisamente el resultado de esa desigualdad social.
Javier Valdés, profesor investigador de la Universidad Tecnológica del Norte de Coahuila (UTNC), critica que no se esté atacando ninguna de las causas o motivos por los cuales las personas dejan sus lugares de origen, situación que califica como “gravísima”.
“Siempre se han visto las migraciones donde la gente va con niños chiquitos por la carretera y exponiendo la vida, por el hambre y la inseguridad”, menciona.
Añade que se tiene que mirar a lo básico: revisar los motivos de las salidas y apoyar a las comunidades. “Las personas se mueven para no morir”, señala.
Nuevos patrones, familias migrantes
Yennifer, su esposo David y sus hijos Valentina y Thiago son una de muchas familias, ahora venezolanas, que buscan cruzar hacia los Estados Unidos.
Pero no son la única familia. Padres con hijos o hijas a los hombros cruzan diariamente el río Bravo. Niños que son arropados por la madre arriba de los vagones del tren. Niños que lloran al meterlos al agua. Niñas que miran asombradas a los guardias de Estados Unidos sobre lanchas, niños con flotadores en los brazos. Niños, niñas, menores que viven en carne propia la tragedia.
De acuerdo con la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de octubre de 2022 a agosto de 2023, el año fiscal, 518 mil 278 personas miembros de una familia (algún padre con un hijo o más) habían sido detenidas o “encontradas”.
La cifra de familias ha roto todos los récords históricos: en agosto, 93 mil 108 personas miembros de una familia fueron detenidas, la cifra más alta en un mes, superando las más de 84 mil de mayo de 2019, en la administración de Donald Trump.
En el año, las más de 93 mil detenciones significan un 54.7% de incremento a comparación de las de julio, de acuerdo con las cifras de CBP, disponibles en su sitio web.
Y de acuerdo con este panorama se vislumbra que el año fiscal 2023 tendrá la mayor cantidad de detenciones de personas miembros de una familia en la historia.
“Sí llama la atención que sean muchas familias”, comenta María Concepción Martínez, la coordinadora operativa del Centro de Día “Jesús Torres”, que en las últimas semanas se ha visto rebasado por la llegada de miles de migrantes a Torreón.
En este Centro, el flujo promedio es de 50% varones, el 22% de mujeres y el resto de menores acompañados.
El Centro de Día de Torreón no es el único que ha visto cambiar estos patrones de migración. La Casa del Migrante en Saltillo al principio recibía también puros varones. Sin embargo, con el tiempo la presencia de mujeres en las rutas migratorias ha ido creciendo y ahora la Posada Belén ha llegado a acoger familias completas, niños acompañados y no acompañados.
Alejandra dejó a sus dos niñas en Venezuela porque asegura que ya no sale ni pa’ pagar los estudios o la comida. Alejandra se encontraba caminando sobre el abrasador asfalto de la carretera 57 el domingo 24 de septiembre. Caminaba sola, pedía agua y preguntaba cuánto faltaba para llegar a Piedras Negras.
En trayecto supo que le faltaban más de 7 horas de camino a pie para alcanzar su sueño.
“Emigran familias enteras, llegan los niños, es un fenómeno mundial”, comenta Raúl Vera.
Y Raúl Vera dice que en esta nueva crisis se ha observado una gran afluencia en las fronteras de familias provenientes de Venezuela y Ecuador.
“De Sudamérica y de Europa, que quieren llegar a Estados Unidos, porque cada día entran en crisis más países. La desigualdad se da por todos lados, en los cinco continentes”.
El número de menores no acompañados (Unaccompanied Children) también es otro problema.
En este año fiscal suman 123 mil 541 detenciones de menores no acompañados. En 2022 fueron 152 mil 57, y en 2021 se contabilizaron 146 mil 925 detenciones de menores.
La historia de Yennifer se parece, tal vez, a la de muchos de estos menores. De niña Yennifer había soñado tantas veces despierta con ser doctora y tener mucha plata.
“Ya para otra vida será”, dice y se ríe.
Hasta que ella y su familia, lo mismo que el resto de los ocho millones de venezolanos que ahora andan por el mundo, decidieron huir con el poco dinero que tenían, galletas, compota y lo que llevaban puesto, cosas que no pesaran tanto, narra.
Y qué otra les quedaba, después de estar soportando una crisis de más de 20 años en su país.
Al principio fue en bus, después la emprendieron caminando, cinco o seis horas, en caravana con otros muchos migrantes, su bebé en un canguro y su hija de la mano.
Haber pasado cuatro días en el Tapón del Darién, una inmensa jungla entre Colombia y Panamá, es algo que a Yennifer aún le trae pesadillas, y despierta la escena de dos muertos que miró a la orilla de un río, abombados ya, dice.
Ahogados de seguro.
En su travesía por esa selva escuchó historias tremebundas como la de una niña que murió después de ser mordida por una serpiente, y la de sus padres que prefirieron suicidarse tomando creolina, un desinfectante.
La de otra niña que fue arrastrada por la corriente cuando intentaba cruzar un río, y su padre que murió junto con ella en su lance por salvarla.
“Ahí pasas peligros con los animales, con la gente que te roba, los ríos, todo es peligro, todo”.
El tren de la muerte
Durante el éxodo Thiago, el hijo menor de Yennifer, enfermó, le dio diarrea, vómito y se puso flaquito, tuvieron que parar en Costa Rica.
Pero eso no detuvo su anhelo por buscar un destino diferente, mejor, para sus nenes en los Estado Unidos, aun y cuando viajar en la bestia, el tren de la muerte, ese gusano metálico que muchas veces se cobra el pasaje con la vida, podía significar morirse.
Fueron tres días en el techo de un vagón de ferrocarril, pasando soles y lluvias. Tres días en los lomos del monstruo de acero.
“Es horrible, en la noche piensas que te vas a caer”.
El tren es la única opción para miles de migrantes que entran a México llenos de esperanza, pero vacíos de plata.
En los últimos días, la empresa Ferromex decidió detener temporalmente 60 ferrocarriles a causa -eso argumentaron- del incremento de personas migrantes que utilizan los trenes de carga como medio de transporte.
Lo hacía, dijo, por seguridad de los propios migrantes.
Eso provocó que miles de migrantes quedaran varados en ciudades como Torreón, Monterrey o Irapuato.
Allí los testimonios se repetían: salieron por falta de trabajo, prefieren el tren porque ya no tienen dinero y por bus los extorsionan, han esperado semanas porque los llamen a entrevista. Están desesperados.
Y luego de andar por montes y carreteras, sin plata, y mucho a expensas de lo que la gente buena gente en los pueblitos les diera.
Qué le iban a hacer, en Venezuela ya no se puede vivir, todo es muy caro, desde la comida, hasta las medicinas, la escuela.
Pero Ferromex no pudo parar por mucho tiempo los transportes. Y la gente continuó el viaje al destino final.
A Piedras Negras, la frontera con Eagle Pass, Texas, llegaron desde el 15 de septiembre, más de 12 mil migrantes, lo que ocasionó que la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza decidiera cerrar el acceso a todos los vehículos en el Puente Internacional 1 y que se declarara una emergencia por la ola de migrantes que se estaba internando en suelo estadounidense.
El alcalde de Eagle Pass, frontera con Piedras Negras, Rolando Salinas, firmó una declaratoria de desastre de la ciudad.
Pero eso no impidió que las caravanas continuaran. El 24 de septiembre, miles de migrantes caminaron horas desde el municipio de Nava hasta Piedras Negras.
“¿Agua, agua?”, preguntaban. “¿Cuánto falta?”, preguntaban otros.
El obispo emérito Raúl Vera urgió sobre el establecimiento de una política migratoria que, según el mensaje del Papa, engloba cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar al migrante.
“Son, dice el Papa, cuatro verbos de lo que es una migración humana. Garantizar una transportación segura a las personas. Aquí está el grado de desprotección en el que la gente viaja, nosotros lo hemos visto, es una de las cosas terribles que pasan. El crimen organizado hace negocios con ellos, les pone vehículos grandes para trasladarlos, pero es el crimen organizado y después los abandona o acaban masacrándolos. Hemos conocido masacres de migrantes”.
Raúl Vera declara que en esta coyuntura la iglesia tiene que trabajar en una evangelización más seria y acertada, en la que la gente entienda la dignidad de sus hermanos y la solidaridad.
“Tenemos que trabajar en una conciencia más desarrollada de los ciudadanos”.
La angustia, la espera por una cita
Ahora lo que Yennifer quiere es llegar a Estados Unidos, trabajar, ganar plata y que sus hijos sean lo que David y ella no pudieron.
Por eso es que están acá, en la Casa del Migrante de Saltillo, esperando desde hace tres semanas un whatsapp con la cita de la Migración gringa y esperando, contra toda esperanza, los dejen entrar a Norteamérica.
“Y que el futuro de los niños sea mejor, poder darles todo lo que uno quiera darles, una mejor educación, una mejor estabilidad económica, emocional, de todo. Que sean lo que ellos quieran, pero que sean libres”.
Tres semanas de espera para una cita es poco, en comparación de lo que han esperado otros migrantes.
Quizá Yennifer y su familia tendrán que esperar más, quién puede saberlo.
Juliana, una venezolana de 39 años, tiene tres meses esperando una cita. Juliana llegó a los patios traseros de Ferromex en Torreón y aguantó por un ferrocarril con rumbo a Ciudad Juárez, Chihuahua.
Juliana dejó dos hijos en su país y debido a que se quedó sin dinero, el estómago no pudo esperar más, tomó una decisión: “me voy a entregar”.
Un testimonio que se repite entre los migrantes: largas esperas por una cita para solicitar el asilo. Lo único que logran es acrecentar la agonía, la frustración y la desesperación.
“La gente entra en ansiedad, desesperación. De por sí vienen meses viajando, viven robos, golpes, secuestros, violaciones. Cuando llegan aquí sienten que ya llegaron y lo que más quieren es cruzar el río”, relata Isabel Turcios, la encargada del albergue Frontera Digna, el refugio más grande de Piedras Negras.
La religiosa dice que hay ocasiones en que en una semana apenas una persona es llamada a la cita.
Por ese motivo muchos han optado por entregarse a las autoridades.
“Ya no aguanto más, tengo un mes esperando la cita”, dijo Caterine, una venezolana de 19 años que nació sin una pierna y que llegó a Piedras Negras con su novio Luis Adolfo.
Caterine y Luis Adolfo cruzaron el río Bravo la mañana del 23 de septiembre después de llegar en tren de Monterrey. Tenían dos meses de haber salido de su país.
“La situación es crítica, no hay trabajo y yo necesito una prótesis”, contó Caterine, botó sus muletas y emprendió el cruce hacia los Estados Unidos.
Muchos otros, los que prefieren esperar la cita, buscan trabajo. En Piedras Negras se contratan como recogedores de basura, técnicos, pintores o electricistas.
Aquí en Saltillo, el esposo de Yennifer ha salido a trabajar en una fábrica de helados de la ciudad para juntar dinero y poder, en cuanto les den cita, partir en bus.
Ahora el temor más grande de Yennifer y su familia es que los deporten, que los regresen a Tapachula y de ahí ellos tengan que volver a Venezuela donde hace mucho tiempo que el futuro se acabó…
“No, a Venezuela, ya no vuelvo, por el momento no, hasta que se arregle”.
Tomado de : Semanario Coahuila es parte del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Norte, un proyecto del International Center for Journalists en alianza con el Border Center for Journalists and Bloggers.