Por Jesús Peña
Más de 20 años atrás don Carmino García Ramírez, venía andando como siempre sobre los lomos del Cerro del Tigre, en General Cepeda, buscando piedritas, cuando en una cañada vio algo que atrajo su atención.
Parecían los despojos de una vaca desperdigados en la tierra.
Carmino se quedó mirándolos un buen rato, pensando…
En efecto, eran los huesos de algo, pero como atrapados en piedras, apeñuzcados.
Entonces don Carmino se acordó de cuando sus hijos eran críos, que los llevaba a Rincón Colorado, la primera zona paleontológica del país, para que contemplaran, desde las vitrinas acristaladas, los fósiles de los monstruos que hacía 72 – 73 millones de años, rumbo al final del cretácico, habitaron, las tierras donde nació Carmino.
En aquella época la noticia del descubrimiento en Rincón Colorado del Velafrons coahuilensis, un nuevo género de dinosaurio pico de pato, herbívoro, había dado la vuelta al mundo.
Su descubridora, Martha Carolina Aguillón Martínez, investigadora del Laboratorio de Paleontología del Museo del Desierto, dirá que el trabajo de investigación en la zona paleontológica de Rincón Colorado inició en la década de los setentas, cuando algunas personas aficionados a la paleontología, como Carmino, empezaron a colectar conchas, caracoles y hasta restos de dinosaurio.
Carmino tomó una de las piezas, la miró largamente, la sopesó con sus manos, luego cogió otra y otra y otra y comenzó a embonarlas, como quien arma un rompecabezas, hasta que después de otro rato largo consiguió dar forma a aquello.
Parecía el fémur de un dinosaurio.
“Estaba todo revuelto, yo lo estuve tratando de pegar”, cuenta Carmino un mediodía que lo visito en su solar -museo del ejido Hedionda Chica- en General Cepeda.
Sin duda era un fémur de dinosaurio, “de un hadrosaurio muy grande”, o sea un dinosaurio pico de pato, como otros que ya se han encontrado en la región, aclara José Ignacio Vallejo González, paleoescultor, después de ver una fotografía con la pieza, otra mañana que me acompaña a ver a Carmino.
Carmino se había quedado maravillado.
Cualquier día uno se encuentra en el monte el fémur completo de un dinosaurio, petrificado. Para nada.
Y don Carmino se volvió a acordar de cuando sus hijos eran unos plebitos que los llevaba al Museo del Desierto y ellos se deslumbraban mirando los fósiles.
Carmino, que gustaba de pasear con su esposa y sus niños bajo el sol tierno de la mañana o el frescor de los atardeceres de la Hedionda, aquel día se hallaba acompañado solo por el tenue rumor del viento de la montaña.
Durante aquellas excursiones con su familia, a don Carmino, vaya a saber por qué, le había dado por juntar piedras que a la vista le perecían raras, y comenzó a acumularlas en el solar de su casa con árboles desérticos: mimbres, una palma, mezquites, un rey dormido,
Ni cuando era un chico, que había recorrido las entrañas del Cerro del Tigre pastoreando las escasas chivas y vacas que tenía su padre, había experimentado tan extraña afición por apreciar las rocas y menos por recolectarlas, “no sabíamos de eso”, suelta.
Carmino recuerda vivamente haber ido con sus hijos al Valle de Narigua, General Cepeda, para conocer los petroglifos y los niños, lo mismo que él, se habían impresionado viendo aquellas enormes rocas sobre las que las tribus del desierto grabaron trazos de su historia, hace dos mil 500 años.
Pero nada más.
Carmino el coleccionista
Carmino, 72 años, había sido el primer crío que naciera en la Hedionda Chica, luego de que varias familias peonas de hacienda vinieron a poblar estas tierras, allá cuando el reparto agrario.
La primera casa del pueblo la levantó su padre.
El rancho había heredado el nombre de una hacienda cercana llamada así, La Hedionda, debido al agua con olor a azufre que manaba de sus norias azufrosas.
Carmino casi no tuvo escuela. Había desertado del quinto año en la primaria “Otilio González” por problemas con un maestro que solía impartir pedagogía regla en mano a reglazos en las manos, y Carmino desertó.
Otro profesor le había develado a su padre que Carmino era inteligente para aprender y que si tenía chance le diera escuela, pero el papá de Carmino dijo que no, “pa qué, si ahorita se están graduando millones… Pa cuando te gradúes ya no va a haber trabajo”, y por eso su papá no le dio estudio.
Quién iba a decir que con el tiempo don Carmino se haría todo un aficionado a la paleontología.
A la postre Carmino había logrado reunir una colección nutrida de conchas, ostras, caracoles, almejas, amonites fosilizados y fragmentos de vértebras y omóplatos de dinosaurio.
Fragmentos que, piensa Carmino, habían salido volando después de la caída del famoso asteroide de 12 kilómetros de ancho que chocó con la tierra, hace 65 millones de años, y desapareció de la faz de la tierra a esos animales terribles y fantásticos que hasta entonces Carmino había visto solo en revistas y la televisión.
“Cuando cayó el meteoro, el asteroide, fue tan tremendo, como explosiones nucleares, que se levantaron toneladas y toneladas de roca fundida y volvieron a caer como una lluvia de meteoros”, relata Ignacio Vallejo, paleoescultor.
Felisa Aguilar Arellano, profesora investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Coahuila y actual presidenta del Consejo de Paleontología del mismo INAH, dice que en gran parte del municipio de General Cepeda abundan las rocas sedimentarias del cretácico, tanto de ambientes terrestres, como de ambientes marinos, y organismos que habitaron esos ambientes.
En los ambientes marinos se han encontrado fósiles de amonites, almejas, caracoles, incluso vértebras de peces y tortugas.
Y dinosaurios y plantas, impresiones de hojas o troncos que se han fosilizado, en el caso de los ambientes terrestres.
“Paleontólogos de Estados Unidos vinieron a ver el área y vieron que tenía muchísimo potencial, que eran las páginas que le faltaban a la historia de la vida y la extinción de los dinosaurios y estaban registradas en Coahuila. Entonces decidieron ayudarnos a impulsar la paleontología en México. Coahuila completa con sus descubrimientos la historia de los dinosaurios en este planeta”, expone la paleontóloga Martha Carolina Aguillón Martínez, quien descubrió en 2007, dentro de la zona paleontológica de Rincón Colorado, el neurocráneo de un dinosaurio del grupo de los Troodóntidos.
Ignacio Vallejo, paleoescultor, dice que hace 70 millones de años Coahuila era una península, una línea costera.
El resto de lo que es hoy la República Mexicana permanecía sumergido bajo el agua.
“Se creía que la parte sur (de Estados Unidos), no había existido, que estaba todo bajo el mar y ya se vio que no, que había tierra y lugares donde habitaron los dinosaurios. Era una biodiversidad muy amplia, desde animales muy pequeños, hasta muy grandes como dinosaurios y una diversidad muy vasta de plantas”, precisa Héctor Rivera Silva, jefe del departamento de Paleontología del Museo del Desierto.
Carmino el curioso
Quién sabe cómo, por qué, a Carmino le picó el gusanito de la curiosidad y un día redescubría, durante sus travesías por el desierto de la Hedionda, los morteros que los indios Huachichiles habían labrado hace 400 o 500 años sobre grandes rocas a ras de suelo, donde molían sus granos de mezquite y maíz.
Otro día encontraba un arroyo cuyo lecho era de una extraña formación rocosa que hasta ahora Carmino no ha conseguido descifrar.
Y cada que un forastero llegaba al rancho, don Carmino presumía su repertorio de rocas curiosas que él nombró su museo.
Pero jamás en su vida había visto de tan cerca, y menos tenido en sus manos, un hueso de dinosaurio como el que se había encontrado.
Aquella vez Carmino dejó los huesos donde estaban, bajó del cerro y la emprendió al rancho.
Días después volvió al Cerro del Tigre con su padre, que todavía vivía, y dos de sus hermanas, subieron, llegaron hasta la cañada donde Carmino se había hallado los huesos de dinosaurio, los metieron en unos costales, descendieron de la loma cargados con ellos, recuerda Carmino que estaban pesados, los echaron en la caja de la troca de Carmino y partieron hacia la Hedionda.
Ya en casa los pusieron en una mesa de madera y Carmino comenzó a armar, ante la mirada atónita de sus familiares, aquel muslo de monstruo semejante a una pierna de pollo, “como cuando te comes una piernita de pollo, igualito”, pero de un metro con 20 centímetros de largo.
Marcelina, su mujer, y sus hijos, quedaron boquiabiertos.
Cualquier día en el monte uno se encuentra un hueso de dinosaurio. Qué va…
Ese momento quedaría inmortalizado en una fotografía en la que aparecen varias niñas, entre ellas Berenice la hija de Carmino, uno de sus hijos, el esposo de una de sus sobrina y Carmino, delante, sobre una mesa zancona, el fémur de un animal prehistórico.
“La probabilidades de que las cosas se conviertan en fósiles son muy pequeñitas, las probabilidades de que ese fósil salga a la superficie es todavía más pequeñita y la posibilidad de que un paleontólogo, aficionado o alguien pase por ahí y lo encuentre, es todavía más reducida”, advierte Martha Carolina Aguillón Martínez, investigadora del Laboratorio de Paleontología del Museo del Desierto y a quien le ha tocado participar en la excavación, descripción o descubrimiento de hallazgos como huellas de dinosaurio, diferentes dinosaurios pico de pato, frutos fósiles, cascarones de huevo y un insecto parecido a una cucaracha, pero acuática nombrado Xonpepetla rinconensis.
De pronto la colección de don Carmino empezó a hacerse de fama y a atraer a visitantes de aquí y de allá, deseosos de conocer las piezas y sobre todo aquel fémur de dinosaurio que destellaba entre la muestra.
Y todo el que quería podía pasar a ver, de a gratis, las piedras de don Carmino García Ramírez que soñaba con que su colección estuviera, sino en los ojos del mundo, cuando menos en los de los viajeros que a menudo paraban por acá para algún asunto o iban al rancho de visita.
Al final don Carmino les regalaba una concha, un caracolito, un amonite, una roca extravagante.
Y ya se iban tan contentos.
Carmino el migrante, campesino y minero
Carmino se había pasado la vida yendo y viniendo del gabacho, donde trabajaba por temporadas como peón en ranchos ganaderos.
Al principio había cruzado a Texas de mojado, nadando por el Río Bravo, hasta que en 1985 le dieron papeles.
Sucedió desde que en la Hedionda Chica, plantada a la orilla de la antigua pista a Torreón, se extinguieron los manantiales y con ellos el futuro de don Carmino, su esposa y sus seis hijos.
Un año vivía Carmino en Texas y luego, preso de la nostalgia, se volvía a casa con Marcelina su mujer y sus plebes.
Al año se iba otra vez y así…
A veces recordaba, con una sensación como de apuro, que había dejado abandonada en la Hedionda su antología de piedras y el fémur del dinosaurio aquel.
No todos los días tiene uno la suerte de hallar un fósil en el monte, y menos el de un gran dinosaurio.
El mundo de Carmino había girado siempre alrededor de las piedras.
Carmino cuenta haber laburado, cuando joven, en un negocio de Saltillo donde se dedicaba a desarmar motores y a separar los metales.
Así Carmino había aprendido a distinguir el fierro dulce del vaciado, el aluminio del antimonio, el cobre del bronce, desarmando motores y separando los metales que la empresa vendía a las fundidoras,
Tiempo hacía que en la Hedionda, que había sido próspera en la cosecha de maíz, cebada, trigo, frijol, sandía y tomate, ya no llovía y la tierra estaba yerma.
Entonces Carmino terminó por vender su parcela y las pocas vacas que su padre don Alberto le heredó y otras que él había comprado, “porque no había qué darles”, narra.
Al rato Carmino, que ya se había casado, se fue a trabajar a la Carbonífera, al Valle de la Conchas, San Juan de Sabinas, en los tajos de carbón, perforando.
Durante las excavaciones Carmino recuerda haber visto fragmentos de hojas de árboles milenarios convertidos en piedra que científicos se llevaban para estudiar.
En otra época don Carmino se había contratado en una compañía que hacía perforaciones de pozos de agua y viajado casi por todo el país perforando pozos.
Por eso es que el mundo de Carmino estuvo constantemente ligado al de las rocas.
Apenas Carmino retornaba a su terruño se iba de excursión con Marcelina su mujer y sus niños al Cerro del Tigre o al Arroyo Patos.
Fue por esos días que se encontró una almeja gigante y varios huesos petrificados de dinosaurio.
Berenice, su hija, se había contagiado de esa repentina afición de su padre por atesorar toda clase de piedras.
Al cabo de los días Bere había logrado llenar una canasta de carrizo trenzando, con pequeños fósiles de caracoles y piedras de extraños colores, formas y texturas.
Pero otra vez la economía en el rancho fue de picada y Carmino se volvió al gabacho, a trabajar, “en la Hedionda no había nada”, dice.
Solo así lograba reunir algunos dólares que mandaba a Marcelina y a sus hijos, con la idea de hacerles más soportable la vida en ese crudo desierto que era, que es, la Hedionda Chica.
Pero ni eso le calmó a Carmino la comezón de salir a buscar piedras que acrecentaran su acervo particular.
De vez en vez, en sus días libres, cruzaba de Del Río, Texas, a ciudad Acuña y enfilaba por la orilla de la Presa Amistad con el afán de buscar lo que no se le había perdido.
Entonces topaba con algún fósil marino: corales, un caracol petrificado o con rocas de formas semejantes al esqueleto del rostro de un marciano, de un simio o de un hombre del pasado, como esos que uno miraba de chico en los libros de texto de primaria.
Carmino el donador
En una de sus vueltas a la Hedionda, Carmino decidió montar en el solar de su casa una exposición con sus piedras más preciadas.
Para eso construyó unos cajones de madera y metió dentro parte de su colección de rocas.
Colocó las cajas en ala sur del solar y enfrente una hilera de piedras, huesos de dinosaurio, cuarzos, mármoles, conchas, caracoles y las rocas en formas de cráneo de homo sapiens que había recogido de la Presa Amistad.
Quedó así formalmente fundado e inaugurado el museo de don Carmino, en el corazón mismo del desierto.
Gente venía de toda la región a admirar las piezas de Carmino y a él le daba orgullo, como una extraña fascinación.
Sin duda lo que más llamaba la atención de los turistas era aquel fémur petrificado de dinosaurio, tan real, tan imponente, tan espeso, tan poderoso, tan fémur.
Cierta vez don Carmino recibió en el rancho la visita de unos señores desconocidos y, como a todos los que caían por acá, les mostró sus joyas.
Los paseantes quedaron pasmados con el fémur de dinosaurio, el hallazgo estrella de don Carmino.
El final del recorrido fue desconcertante para el anfitrión.
Que el tener un fémur en casa le podía acarrear problemas con la justicia y en una de esas hasta lo echaban a la cárcel, que iba a ir la Judicial por él, le advirtieron aquellos señores.
Carmino tuvo como un sobresalto, un vahído, se espantó.
Y solo se hubo repuesto cuando los huéspedes se marcharon.
Carmino que nunca había tenido conflictos con la ley, y hasta había esperado a legalizarse antes que seguir pasando de mojado al gabacho, se quedó pensando.
¿De veras lo llevarían preso por haber rescatado del monte parte del cadáver de un dinosaurio muerto, probablemente hace 65 millones de años?
Luego de masticar el asunto por muchos días don Carmino resolvió, no sin pesar, que lo mejor sería entregar la pieza al Ayuntamiento de General Cepeda.
Cualquier día se encuentra uno un hueso de dinosaurio en mitad de un cerro. Ni de chiste.
Semanas después, y como una muestra de honestidad hacia su esposa, sus hijos y a sí mismo, Carmino fue donde el alcalde de General Cepeda, José Lázaro Vázquez Ramos, para comunicarle su intención de ceder la pieza.
El edil a su vez decidió denunciarla, así se llama a la acción de reportar un hallazgo, ante las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de Coahuila.
Eran los albores de 2000.
Pasados algunos años un grupo de personas, entre ellas la profesora investigadora del INAH, Felisa Aguilar Arellano, se presentaron en casa de don Carmino, dijeron que venían a efectuar el reconocimiento del material donado.
Luego que inspeccionaron el fémur preguntaron a don Carmino si deseaba seguir resguardándolo, pero antes el fósil, y otras piezas, debía ser registrado por el Instituto.
Carmino dijo que no, que se lo llevaran.
“Eso se llama reintegración a la nación”, detalla Felisa Aguilar.
Carmino se había asustado.
“Posiblemente tengas en tu casa una colección de este tipo de materiales, lo único que pedimos es que hagas tu registro ante el INAH para que nosotros conozcamos ese universo y con eso regularizamos tu colección, porque a final de cuentas es patrimonio nacional. Es un trámite gratuito…”, dice Aguilar Arellano.
Al tiempo que miraba cómo aquellos funcionarios desmontaban el fémur y ponían los huesos en la batea de una camioneta oficial, a Carmino le vino un sentimiento como de tristeza, de impotencia.
Cualquier día se encuentra uno en el monte el fémur completo de un dinosaurio, petrificado. Nunca.
Los del gobierno se llevarían el fósil, le dijeron, que para estudiarlo.
Junto con el fémur los investigadores se habían llevado también algunas vértebras de dinosaurio, almejas y fragmentos de amonites.
Don Carmino se quedó parado afuera de su casa viendo cómo la camioneta aquella se perdía en la polvareda y luego a lo largo de la pista que parece una serpiente desenroscada.
Eran los principios de 2005.
En aquel tiempo don Carmino donó también otros de los fragmentos de huesos que había encontrado en el Cerro del Tigre, al museo de General Cepeda que hoy expone, como su mayor atracción, el esqueleto de la cola de un hadrosaurio, el Tlatolophus galoru, de 53 vértebras y cinco metros de largo, localizada en el ejido Presa de Guadalupe.
“La más articulada que tenemos hasta el momento en nuestro país”, apunta Felisa Aguilar.
Carmino ya no volvió a ver más aquel fémur que parecía una piernita de pollo, pero gigante.
Lo único que le quedaba de aquel tesoro era la foto en la que aparecían él y sus familiares posando detrás de una mesa flaca, donde descansaba el reluciente fósil.
Años más tarde y cuando sus hijos crecieron y se casaron, don Carmino se vio caminado en el Cerro del Tigre con sus nietos, que a veces regresaban a casa con una piedrita rara o el caparazón de una tortuga bisagra.
Desde entonces don Carmino que ya está retirado, “con una pensionsita corta, ái para vivir nada más”, no cesa de esperar, un día con otro, la visita de algún viajero en el rancho para enseñarle, de a gratis, sus piedras, obsequiarle alguna y contarle la aventura que vivió… en el mundo de los dinosaurios…
Epílogo
Desde hace 18 años que el fémur descubierto por don Carmino García Ramírez se encuentra en el Área de Colección Paleontológica del Centro INAH Coahuila, en Saltillo, esperando ser estudiado por un alumno de la licenciatura en biología que se encargará de desentrañar su historia…
“Hasta ahorita tuvimos la oportunidad de contar con un estudiante interesado y vamos a empezar a estudiarlo”, asegura Felisa Aguilar Arellano, profesora investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Coahuila.
– ¿Y le van a dar su crédito a don Carmino en esas investigaciones?
– Como equipo de trabajo damos el crédito a quien nos lo reporta y, en este caso, a quien nos lo entregó. En todo momento aparecerá el nombre del señor Carmino, cuando hablemos de estos estudios.