Por Fabiola Chambi
Durante casi un año vivió tranquilamente, junto a su esposa y tres hijos, en una lujosa residencia en Santa Cruz de la Sierra. Resguardado, pero sin esconderse. Hasta que el 29 de julio, un operativo fallido de la Policía boliviana develó su verdadera identidad, extravagancias y actividades ilícitas. No fue acorralado, no se enfrentó a las fuerzas del orden, no salió descalzo. Dejó su mansión como alguien que solo se traslada a un nuevo destino, llevando sus cosas y a su familia. Sebastián Marset sabía que venían por él.
No es un delincuente más, Interpol lo calificó como un “narco peligroso y pesado”. Es líder de la organización denominada Primer Cartel Uruguayo (PCU) e investigado dentro de la operación “A Ultranza Py”, el mayor golpe al crimen organizado y lavado de dinero en Paraguay, de la que estaba a cargo el fiscal, Marcelo Pecci, asesinado en Colombia, en mayo de 2022.
La aparición del uruguayo marca un cambio del estereotipo conocido. Los amos del narcotráfico de las décadas de los 80 y 90 eran poderosos, excéntricos, inalcanzables y fuertemente custodiados. Alimentaron la “cultura traqueta” y un submundo de misterio que las populares series de narcos de estos tiempos han capitalizado. Las místicas figuras de Joaquín “el Chapo” Guzmán o Pablo Escobar siguen cautivando a las audiencias y se mantienen vigente en los cárteles mexicanos.
También están los denominados “invisibles”, que se esconden bajo “la fachada de empresario exitoso, evitando la ostentación y la violencia extrema que caracterizaron a generaciones anteriores”, según explica Jeremy McDermott, del centro de investigación de crimen organizado Insight Crime, en la publicación “La nueva generación de narcotraficantes colombianos post-FARC: ‘Los Invisibles”. “No tocan nunca un kilo de cocaína, y mucho menos una pistola 9 mm chapada en oro. Sus armas son un teléfono móvil encriptado, una variada cartera de negocios establecidos legalmente y un íntimo conocimiento de las finanzas mundiales”.
Guillermo Acevedo, alias “Memo Fantasma” es uno de los traficantes que encaja en este perfil. Su prontuario en el Cártel de Medellín, el financiamiento al ejército paramilitar y sus relaciones comerciales con algunos personajes de la élite empresarial, como el esposo de la entonces vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez, fortalecieron su poder. Vivió, por muchos años, como un exitoso empresario en medio de la ostentación en Madrid, sin ninguna orden de captura.
Estos hábiles narcotraficantes que operan alrededor de los grandes capos supieron consolidar rutas transnacionales con éxito, una de estas se dio desde República Dominicana con César Emilio Peralta, más conocido como “El Abusador” que pasó de ser un distribuidor menor a uno de los más importantes narcos del Caribe. Dominó ese mercado a mediados de 2010 con proveedores sudamericanos y distribuidores en Puerto Rico y Estados Unidos y fue acusado presuntamente de tener conexiones con el entonces presidente, Danilo Medina.
“En la región se han emulado prácticas que eran comunes en los años ’80 y ’90 en Colombia o México: una fuerte infiltración de organizaciones criminales en distintos estamentos, que llegan incluso a niveles del Poder Judicial, Legislativo o Ejecutivo (…) Los narcos de hoy traen los viejos vicios de capos de antaño, pero evolucionaron en sus prácticas y en sus vínculos”, dice Richard Moreira, periodista de investigación del medio paraguayo NaciónMedia que ha hecho seguimiento a casos de narcotráfico durante varios años.
La figura de Marset se hizo más grande con la readecuación de las dinámicas del narcotráfico. Nuevas rutas, logísticas más efectivas y un sistema sólido para el lavado de dinero, convirtieron a su organización criminal en una pieza clave para el tráfico de cocaína entre Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay.
El “narco millennial” del fútbol y las cámaras
El “narco millennial” que encarna a la perfección Sebastián Marset, a sus 32 años, deja atrás el anonimato e impone la habilidad de camuflarse, gracias a múltiples identidades y disfrutando las tentaciones tecnológicas de su generación. Los nuevos jefes del narcotráfico buscan los reflectores, la fama, la exhibición y un entorno de poder en el que el dinero se sobrepone a las armas.
La criminóloga e investigadora especializada en temas de narcotráfico, Gabriela Reyes, hace énfasis en la forma en que este narcotraficante se manejaba en su círculo social. “No mantenía perfil bajo, tenía una vida pública sin esconderse, incluso participaba en una comparsa (agrupación de baile para Carnaval), jugaba al fútbol, debió sentir que tenía protección para hacer estos movimientos. Yo le llamo el efecto cucaracha. Cuando se enciende la luz estas se esconden en un lugar donde se sienten seguras y permanecen ahí”.
Al llegar a Bolivia mantuvo su afición por el fútbol y se hizo dueño del club Los Leones El Torno de la segunda división, donde se registró con documentación de la Confederación Brasileña de Fútbol bajo la identidad de Luis Amorim. Tenía el 23 en la camiseta, un número de cábala y especie de tradición en su estructura criminal. La fecha 23 de abril y su devoción a San Jorge están presentes en varias actividades y propiedades que manejaba. En 2021 Marset pagó 10.000 dólares por ser el número 10 en Deportivo Capiatá, un club de la B de Paraguay, en el que también hizo fuertes inversiones, y le regaló dos yates, una quinta y hasta una casa al entrenador. Se movía entre la fe, la superstición y el ego.
En su faceta de productor musical o futbolista se deleitaba con las luces del show. Aparecía sonriente en fotos, en transmisiones en vivo durante los partidos, en entrevistas luego del juego. Jovial y despreocupado, mostrando su rostro a las cámaras sin reparo.
Esta dinámica, según el profesor de la Universidad de Los Andes y analista de medios, Omar Rincón, está relacionada a la sociedad de consumo, que incluso muestra a los delincuentes como ídolos populares. “El modelo narco se volvió el modelo aspiracional y el año 2023 se consolidó así con el surgimiento de estos sujetos que tienen control, dinero y poder. Hay una estética relacionada al capitalismo que premia la exhibición del consumo”.
“El hombre de las mil caras” o “El Rey del Sur”, como también se conoce a Marset, estuvo recluido en el penal Libertad en Uruguay, entre 2013 y 2018, donde estableció relaciones con la mafia del PCC , la célula criminal más grande de Brasil que lo llevó a crear su propia organización, según el reportaje de El Observador. Las conexiones logradas con las élites políticas y empresariales le han permitido trasladarse e instalarse en países estratégicos del Sur.
Según InsightCrime, en 2012 Marset fue acusado de coordinar el envío de un cargamento de marihuana transportado desde Paraguay a Uruguay en un jet privado, piloteado por Juan Domingo Viveros Cartes, alias “Papacho”, tío del expresidente paraguayo, Horacio Cartes. Fue capturado en Dubái por portar documentación paraguaya falsa, pero liberado en 2021 gracias a un pasaporte emitido por Uruguay, desatando una crisis política en su país que derivó incluso en la renuncia de la vicecanciller, Carolina Ache. Es buscado por presuntamente transportar al menos 16 toneladas de cocaína hacia Europa.
El periodista de investigación del medio uruguayo La Diaria, Lucas Silva, plantea tres líneas de investigación abiertas sobre este caso. El seguimiento de la Fiscalía de Uruguay a varios funcionarios públicos, incluso autoridades ministeriales, por la entrega del pasaporte mientras estaba preso en Dubái. En segundo lugar, el “factor Horacio Cartes”, que conduce a su círculo más cercano y escuchas telefónicas que involucran supuestamente al expresidente paraguayo como una posibilidad de contacto para destrabar su situación. Finalmente, una investigación más profunda sobre los vínculos que podría tener a nivel de la Policía.
“De sus orígenes delictivos en Uruguay sabemos que tenía contactos estrechos con la Brigada Antinarcóticos y quizás hasta haya sido informante. No está claro qué pasó con esas conexiones cuando se convirtió en un jugador regional, pero resulta llamativa su capacidad para zafar siempre. Entender estos tres aspectos será importante para determinar el nivel de penetración que tiene el narcotráfico en nuestros Estados”, dice Silva.
Fiel a su estilo, dos semanas después de haber escapado del operativo de la Policía Boliviana, Marset se mostró en vídeos que circularon a través de medios de comunicación para negar las acusaciones en su contra, burlarse de las autoridades policiales y decir “su verdad”. “Pedirme que me entregue no es una opción y que me capture la Policía Boliviana tampoco es opción. Soy bastante inteligente para ustedes, para no decir que son muy burros, que suena un poco mejor decir que soy más inteligente (…) No subestimo a la policía, pero a la boliviana sí. Ustedes saben que si abro mi boquita, se les complica”.
Para el profesor Rincón, el caso Marset devela una nueva generación de narcotraficantes que “subió de nivel para hablar de tú a tú con las élites: empresarios, políticos, gobierno, logrando tener una relación directa”. “Ya no hay capos narcos, es un negocio transnacional integrado orgánico en el que exhiben un poder en igualdad de condiciones. Ya no son del cartel clásico que exportaba droga y ejercía violencia, sino que ahora la violencia es comunicativa. Es una revolución de clase”, explica el experto.
La huida de Marset evidenció la ineficacia de las autoridades bolivianas que no pudieron cumplir con la promesa de la captura “en las próximas horas” hasta ahora. Desde ese entonces, se realizaron un centenar de allanamientos y según el Ministerio de Gobierno, con las últimas aprehensiones, se logró desbaratar el “clan Marset”.
La nueva geopolítica del narcotráfico
Antes, el terrorismo y la violencia eran sellos de las organizaciones criminales “tradicionales” y, aunque no abandonaron por completo los ajustes de cuentas, ahora los narcotraficantes han cambiado ciertas prácticas y asientan su poder en una fuerte estructura de protección y vínculos estratégicos, la persuasión y la corrupción para mantener sus rutas.
“Al narcotráfico hay que empezar a estudiarlo como a una estructura empresarial que hace un uso eficiente de la tecnología. Desapareció el gran capo, no tenemos a Pablo Escobar ni al Chapo Guzmán. Ahora los grandes narcos contemporáneos son pequeños, como una franquicia en la que ninguno es un dominador total. Los ‘sebastianes’ proliferan en todas partes. Si cae uno, aparece otro”, dice el profesor Rincón.
El reciente informe de la UNODC señala que los narcotraficantes usan nuevas técnicas y constantemente prueban rutas para el transporte de drogas, y en el caso de Bolivia, “un país sin litoral que comparte fronteras con cinco países, funciona hasta cierto punto como país de tránsito, además de país de origen de la cocaína. Aparte de la cocaína que ingresa a Bolivia a través de la frontera con Perú, el tráfico desde Bolivia ocurre hacia el este y el sur (de su territorio), Brasil, Paraguay, Argentina y Chile”. El 60% del tráfico de cocaína desde Bolivia llegó a países de América, mientras que el 20% a Europa y el 11% a Asia, detalla el reporte.
Hay una mutación de las organizaciones criminales, acelerada por la creciente demanda de droga hacia Europa y el surgimiento de nuevas bandas criminales, explica el periodista de investigación ecuatoriano y cofundador del medio Código Vidrio, Arturo Torres. “Hay un perfil de los narcotraficantes en función de sus operadores, sobre todo de los que están haciendo los negocios en las zonas donde se produce la cocaína y los países que son vecinos para afianzar las cadenas de logística. Se están gestando alianzas transnacionales en los carteles europeos, sobre todo de los Balcanes, con la mafia italiana y la rusa, un tema que hay que investigar a profundidad, y a su vez, tejiendo las relaciones con las bandas locales en los países donde se está produciendo este problema”.
En el caso Marset, el paraguayo Moreira enfatiza en la influencia que ha tenido en su país, al grado de convertirlo en un “centro mundial de acopio y distribución de cocaína, a la par de ser un ‘ciudadano’ con vínculos en entidades financieras, cooperativas y clubes de fútbol, entre otros. “Paraguay siempre fue un país de tránsito de drogas y en los últimos años pasa a ser el foco de organizaciones como el PCC, el Comando Vermelho, o la Ndrangheta, entre otros. Los números son contundentes, entre el 2020 y el 2023, más de 50 toneladas de cocaína, despachadas en mercaderías mimetizadas desde puertos paraguayos, fueron decomisadas en Bélgica, Alemania o Países Bajos. Pero lo que se detecta y decomisa es apenas el 10% de toda la carga ilegal que va a Europa y a otros destinos que salen de Paraguay”.
Un extenso informe de Europol describe el modus operandi de su organización criminal que tenía control de la producción, tránsito, acopio, exportación y lavado de dinero. El tránsito aéreo es estratégico para estas operaciones y se presume que coordinó hasta 1.000 vuelos entre 2019 y 2022, de acuerdo con un centenar de interceptaciones de comunicación que obtuvo este organismo.
Al sur del continente hay ventajas logísticas que el narco está utilizando. La hidrovía Paraná-Paraguay, un corredor natural de transporte fluvial de más de 3.400 kilómetros que conecta a Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, se ha convertido en un paso estratégico para el tránsito de la droga desde América Latina hacia Europa y África, y el puerto de Montevideo es actualmente un punto clave para el tráfico de cocaína hacia Europa. Aunque en el caso de Uruguay, los expertos indican que hay un surgimiento importante de grupos y clanes familiares de narcotraficantes que operan localmente o con nexos regionales desde Bolivia, Paraguay o Brasil.
En el Cono Sur, este replanteamiento del esquema global del narcotráfico y la dinámica geopolítica apunta al auge de los controles en la zona de la Triple Frontera (Argentina, Brasil y Paraguay).
El Informe Mundial de la Cocaína 2023, emitido por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), indica que luego de la desaceleración por la pandemia del Covid-19, la producción mundial de la cocaína se disparó en un 35% entre 2020 a 2021, una cifra récord y el aumento interanual más importante desde 2016.
Estados frágiles
Con el surgimiento de nuevas rutas del narcotráfico, se hace frecuente el debate sobre los países que antes solo eran considerados de tránsito y ahora están en la lista de productores de droga. En septiembre, la Casa Blanca envió al Congreso de EEUU un informe anual en el que se identificaba a un grupo de 23 países como productores o de tránsito de drogas ilícitas y que incumplen sus obligaciones en la lucha antinarcóticos. Catorce de esas naciones son latinoamericanas: Bolivia, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú y Venezuela.
“La razón por la que los países están incluidos en la lista es la combinación de factores geográficos, comerciales y económicos que permiten el tránsito o la producción de drogas, incluso si un gobierno ha adoptado medidas sólidas y diligentes de control de narcóticos y aplicación de la ley”, dice parte del memorando.
Bolivia rechazó categóricamente este informe calificándolo de unilateral y sin sustento técnico. El ministro de Gobierno, Eduardo Del Castillo defendió la política soberana de lucha contra el narcotráfico del país y presentó en una conferencia de prensa, el “mapa del narcotráfico” en el que señala las zonas álgidas de esta actividad ilícita identificando una mayor cantidad de factorías de cocaína en el Chapare, centro de poder político del expresidente Evo Morales.
Sin embargo, la criminóloga Reyes cuestiona que las autoridades pongan en duda la presencia de peces gordos del narcotráfico. “Si un gobierno no los reconoce, entonces no los va a buscar (…). El caso Marset, ¿cómo deja a Bolivia? Además, en un contexto donde Brasil y Paraguay con ayuda de la DEA están ejerciendo un enorme control para tratar de desarticular tanto el PCC como a otras organizaciones”.
La abogada e investigadora Jessica Echeverría asegura que el narcotráfico ha mutado y “hemos pasado de los carteles a las organizaciones transnacionales que se han unido para enviar droga a Europa. Esto muestra la fragilidad de quienes realizan los operativos antidrogas que logran ser penetrados y corrompidos y terminan dando protección que luego se traduce en impunidad”.
Según reportes de prensa, al menos una treintena de policías bolivianos se han visto implicados en narcotráfico en los últimos dos años, muchos de ellos con procesos penales que no terminan en sanciones e incluso posibilitando su retorno a las filas de la institución. Pero hay algunos casos concretos de uniformados de alto nivel que pusieron en la mira a Bolivia. En enero de 2022, el exmayor de la Policía, Omar Rojas, fue detenido en Colombia acusado de vínculos con el narcotraficante Jorge Roca Suárez, alias Techo ‘e Paja, uno de los proveedores de pasta base de cocaína para el cártel de Medellín e identificado como socio clave de Pablo Escobar.
También ese año el entonces director Nacional de la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (Felcn), coronel Maximiliano Dávila, fue detenido en la frontera argentina, acusado de proteger a una red de narcotraficantes requeridos por la justicia estadounidense. Un informe de la DEA, indica que este clan criminal refinaba en Bolivia la cocaína producida en países vecinos para exportarla a otros destinos.
En Bolivia, la oposición tiene una postura clara al respecto. “Ya somos un país productor y no solo de tránsito de droga. El gobierno boliviano no ha generado certidumbre a los países de la región ni de otros hemisferios de que tiene un compromiso honesto y real en la lucha contra el narcotráfico. Poco a poco se va convirtiendo en un paraíso de narcotraficantes, en un hoyo negro, donde puede proliferar el delito con una mínima presencia del Estado”, dice el diputado de Creemos, Erwin Bazán.
En Paraguay se develaron casos sobre sobornos en la Policía, el Ministerio Público y magistrados para facilitar operaciones, sobre todo en la frontera con Brasil. En 2022, la Fiscalía de ese país acusó a Arnaldo Giuzzio, exministro del Interior, quien también fue titutlar de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), por un supuesto soborno que habría recibido del narcotraficante brasileño, Marcus Vinicius Espíndola. Otro caso sonado se registró este año, cuando el coronel Luis María Belotto Quiñónez, integrante del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares de Paraguay, fue imputado y detenido por el delito de soborno agravado. Había ofrecido dinero a un subalterno para ingresar un celular a la celda donde se encontraba Miguel Ángel Insfrán, alias Tío Rico, líder del Clan Insfrán, a quien también se señaló como autor intelectual de la muerte del fiscal Pecci.
El narcotráfico no puede expandirse sin alianzas con el poder político y en el caso de Ecuador, como dice el periodista Arturo Torres, hay mucho para corromper. “La contaminación en el sector político es fuerte porque desde ahí se toman las principales decisiones en políticas antidrogas. Hay un Estado fallido y estamos caminando hacia un narcoestado, aún no estamos en ese punto, pero hay señales para decir eso porque el Estado va perdiendo cada vez más terreno en función del poder que van adquiriendo estas organizaciones que tienen alianzas transnacionales (…) Creo que Ecuador se volvió un laboratorio para el crimen organizado”.
Mientras algunos Estados y esferas políticas se apoyan en el negacionismo, el narcotráfico avanza como transnacional sin límites y al margen de una política regional antidrogas que sigue siendo ineficaz. El poder de los grandes capos o de ahora los “narco millennials” se ha asentado en las rutas del Sur.
Reportaje tomado de CONNECTAS POR EL MEJOR PERIODISMO DE LAS AMÉRICAS